lunes, 28 de julio de 2014
jueves, 10 de julio de 2014
Tiempo de verano
Publicado en la Revista Lubarri (Junio 2013). APA Karmelo Ikastetxea (Donostia)
¿Se puede volver al tiempo ordinario cuando
se ha vivido la Pascua,
el paso del Señor en mi vida? Estrena la vida.
Después
de vivir los días de Pasión y Gloria de Jesús hemos caminado los cincuenta días
de la PASCUA
y, mientras nos acercamos al final de curso y las vacaciones de verano, vamos
entrando en el “Tiempo Ordinario”.
Nos
debe costar entrar en este tiempo, porque se multiplican las fiestas: La Ascensión, La Trinidad, Corpus Christi,
Sagrado Corazón de Jesús y de María, Jesucristo Sumo y eterno sacerdote… y
vamos llegando al verano, despacito, con exámenes y despedidas, con ganas de
playa, de montaña, ¿de crucero?, y con la sombra de la crisis que posiblemente
nos haga reestructurar nuestras vacaciones y encauzar nuestros sueños por otros
derroteros...
Hace
tiempo había quedado un día del mes de julio con un párroco buen amigo mío en
su parroquia. Era por la tarde y cuando llegué lo encontré con una señora,
agente de pastoral de la parroquia.
- Pasa, estamos terminando de preparar la Eucaristía de las familias del domingo.
- ¿En julio también? Yo creía que teníais vacaciones.
- Dios no tiene vacaciones, me contestó ella con una sonrisa.
Me
quedé pensando y viene a mi memoria en más de una ocasión. Dios no tiene vacaciones, y el
tiempo no puede volver a ser “ordinario” cuando se ha tenido la experiencia de la PASCUA,
la experiencia de la RESURRECCIÓN, la
experiencia y la fuerza del ESPÍRITU.
Cuando se tiene, la EXPERIENCIA, que
es algo más que pasar la hoja del calendario o vestirnos de fiesta o de sport,
como más nos guste.
Encuentro
en Wikipedia (hace unos años hubiera ido a la “Espasa”, pero el tiempo, también
el “ordinario”, cambia algunas costumbres) que el “Tiempo ordinario” suele ser
definido como "el tiempo en que
Cristo se hace presente y guía a su Iglesia por los caminos del mundo".
Es un tiempo salpicado por los que denominamos “Tiempos fuertes”: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua.
Es el tiempo más largo del año litúrgico y donde Dios se hace presente en lo
cotidiano, aunque a veces lo cotidiano sea reiterativo y hasta aburrido. Pero,
también, en este “cotidiano” llega el verano y hay que encajar algunas
circunstancias que no se dan en ese otro “cotidiano” de trabajo y estudio,
exámenes y entrevistas, sonrisas detrás de un mostrador y quemaduras al
salpicar el aceite o arrimarnos demasiado a la plancha.
Dios no hace vacaciones, aunque las parroquias se suelen ver más vacías, la catequesis
y los grupos se suspenden y si nos acercamos a celebrar la Eucaristía dominical
vemos caras desconocidas u otras que hacía muchos años que no veíamos.
No
puedo dejar de insistir en que este tiempo de descanso es un tiempo propicio
para experiencias personales y familiares, un tiempo para entrar dentro de
nosotros mismos… sin prisas. Dejar crecer y acoger el deseo de estar a solas “con quien sabemos nos ama”, el Espíritu nos dota
cada PENTECOSTÉS de sus dones, y ahora es tiempo de...
- Detener mis pasos, serenar el ritmo acelerado de mi vida, y contemplar todo lo
que Dios me ha dado, SERENAMENTE.
- Callar un momento, silenciar el torbellino de ideas y sentimientos para estar
ante Él con todos mis sentidos, ATENTAMENTE.
- Romper todas las murallas que se alzan en torno a mí, y dejarle entrar a
cualquier hora, TRANQUILAMENTE.
- Vaciar mi casa y despojarme de todo lo que se me ha apegado para ofrecerle
alojamiento DIGNAMENTE.
- Estar sólo con Él, llenarme de su Espíritu y querer, para marchar luego al
encuentro de todo ALEGREMENTE.
- Sentir su aliento dándome paz, vida y sentido, para vivir este momento con Él, POSITIVAMENTE.
Sí, es tiempo de entrar en nosotros mismos para conocernos, recrearnos
en lo que el Señor nos ha regalado y nos regala, y dar un paso más, y otro, y
otro más; porque no se trata de quedarnos ahí, “embobados”, sino de salir de
nosotros mismos, (como personas, como familias, como comunidades cristianas)
hacia todas las periferias existenciales y crecer en parresia, es decir en
hablar y vivir de verdad, desde la verdad. Es el consejo que el papa Francisco
dio a los obispos de la
Conferencia episcopal Argentina y que nos da a cada uno de
nosotros.
El
papa Francisco, también dijo en esta ocasión que “una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la
atmósfera viciada de su encierro. Es verdad, también, que a una Iglesia que sale
le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un
accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una
Iglesia enferma”.
Lo mismo se puede aplicar a la comunidad parroquial, a la familia, a cada
cristiano.
Mª Victoria Alonso Domínguez, CM
Mª Victoria Alonso Domínguez, CM
CON NUESTROS MEJORES DESEOS PARA ESTE VERANO
EL CONSEJO NACIONAL
lunes, 7 de julio de 2014
Suscribirse a:
Entradas (Atom)